
La obra social falangista
De todos es sabido -lo cual es mucho suponer en la época de la ignorancia universal- que el régimen político surgido del alzamiento del 18 de julio de 1936, llámese Franquismo, Régimen de Franco, Régimen del 18 de julio, o -para blanditos, ofendiditos, ignorantes, o vividores de la memoria histérica- Dictadura Franquista, no fue un sistema político falangista o nacional-sindicalista. Empezando por la variedad de terminologías y denominaciones, las peregrinas discusiones a este respecto han sido casi siempre kilométricas, fútiles e inservibles, en tanto que en ciertos sectores los hay especialistas en perderse discutiendo sobre el sexo de los ángeles -y defender su purismo dando la hacienda y la vida, que diría Calderón- mientras rompe sobre nuestras cabezas la ola inmisericorde del Kali yuga.
Dicho esto, en este artículo trataremos de condensar, muy sucintamente, el papel del sector político falangista entre 1936 y 1975. Papel difícil, contra la idea general de los interesados en este tema, que atendiendo a la simbología del Franquismo podrían deducir una preeminencia política falangista dentro del régimen. El falangismo, como uno de los principales consecutores de la victoria nacional de 1939, fue, sin duda, la familia del régimen más molesta y peligrosa para los intereses de las demás -monárquicos, conservadores, sectores patronales o ejército-, debido a su objetivo político de revolución social sobre España. Dentro de un sistema de tendencia nacional-católica, los falangistas que trabajaron para él supieron sin duda aplicar una serie de medidas sociales que, además de beneficiar a millones de españoles, mostraron la punta del iceberg de lo que el triunfo de la revolución nacional-sindicalista pudo haber aportado a la sociedad española, como elevación humana material y moral, y como aplicación avanzada de la Doctrina Social de la Iglesia.
Durante los años iniciales del Franquismo y hasta 1945, la tendencia falangista con respecto a las demás familias políticas del Régimen fue la de acaparar las mayores cotas posibles de poder para aplicar su línea social y revolucionaria sobre el nuevo Estado. Su dificultad residió en todo momento en la pugna con los sectores conservadores y militares que también cobraron políticamente su aportación entre 1936 y 1939. Mil turbulencias políticas entre estos sectores fueron la tónica general del llamado primer Franquismo, hasta que, tanto el ala conservadora del Régimen como los acontecimientos internacionales -la derrota del Eje en 1945- terminaron por relegar al sector falangista a un plano político secundario. No obstante, la Falange ocupó en la Administración una serie de puestos y competencias que le permitieron desplegarse sobre la política social, laboral, sindical, educativa, juvenil, asistencial, sanitara, habitacional, y un largo etcétera, protagonizando y dirigiendo la mayor elevación de vida de la sociedad española a lo largo de su Historia. Obra de la Falange y característica principal de un Estado que, pese a todos los atrasos materiales que encontró en su camino, finalizó logrando las mayores mejoras en el nivel de vida material, moral y espiritual de millones de españoles.
Sería imposible condensar toda esta labor, que ocupa casi cuarenta años, en un artículo que tiende a ofrecer al lector un estado general de la cuestión, de modo que citaremos los aspectos más importantes: protección laboral de la clase trabajadora, mediante prestaciones, seguros sanitarios y de invalidez, representación y defensa sindical, protección jurídica ante el despido y los abusos patronales, pagas extraordinarias, asistencia familiar, viviendas protegidas, en propiedad, asequibles para familias sólo con el sueldo del cabeza de familia, ayudas y ventajas de todo tipo para familias numerosas, alfabetización de todas las capas sociales, construcción de barrios obreros, índices de delincuencia ínfimos y marginales, elevación de la dignidad del trabajador como nunca antes la había habido, sistema de seguridad social tal y como la conocemos, fundación de pueblos de colonización, reforestación nacional, dotación al obrero de la propiedad de los medios de producción en el caso de las cooperativas de trabajadores, educación física y moral de la juventud en entidades como el Frente de Juventudes, la Sección Femenina o la OJE, amplísima industrialización, elevación del sector primario, sector turístico sostenible, sistema sin fiscalización ni impuestos de ningún tipo -exceptuando los gravámenes sobre bienes de lujo que sólo recaían en rentas holgadas-, gracias a una amplia red de capital estatal invertido en empresas públicas, como es el caso del INI -Instituto Nacional de Industria-, y como hemos dicho anteriormente, un largo etcétera.
La cuestión llega algo más lejos de una simple elevación material de la sociedad española. Ella lleva consigo, o mejor dicho, es la consecuencia, de una concepción moral y una idea de dignidad humana hasta entonces desconocida, que la Falange supo desplegar sobre la España destruida de la posguerra. Sobre la España de los descalzos, que algunos ancianos de avanzada edad quizás todavía recuerden, sobre la España del analfabetismo, del hambre, de la miseria, de las chabolas y del pan negro. Como sistema político y, por ende, como toda obra humana, produjo sus naturales errores y carencias -no podemos olvidar los miles de españoles emigrantes a otros países de Europa-, pero con una obra social como resultado que por encima de logros materiales inconmensurables impuso sobre la sociedad la dignidad humana y del trabajo. Superando la mera caridad material, a modo de limosna, para conquistar una idea de auténtico patriotismo: la Justicia con mayúsculas la dignidad humana para todos los españoles, fueran quienes fueran. Como comentamos antes, y es la idea en la que queremos insistir, se trató tan sólo de la punta del iceberg de lo que pudo haber supuesto la revolución nacional-sindicalista para la sociedad española. Obra social, económica y moral avanzadísima lograda durante el denostado Franquismo, que el Régimen de 1978 se ha encargado de dilapidar y que, como podrá deducir cualquier lector, no conseguiremos recuperar mientras no opongamos la dignidad humana y del trabajo contra la zafia y miserable sociedad multinacional, global y precaria. Sociedad materialista y progresista que disfruta de apps de reparto de comida a domicilio perfectamente legales, detrás de las cuales un trabajador pedalea jugándose la vida en la gran ciudad, completamente desprotegido, para cobrar cuarenta céntimos por viaje.
Como cantaba aquella vieja y satírica canción: “cosas de la democracia”.
La Galerna